En 1980, el Athletic Club se interesó en un joven venezolano de orígenes vascos y propuso la opción de un referéndum entre los socios para validar su fichaje, pero la Federación truncó los planes del cuadro rojiblanco
La tantas veces cuestionada filosofía del Athletic Club, un tema de permanente actualidad y que nunca cesa en el imaginario de los detractores rojiblancos. Desde 1912, cuando Andrew Veicht se convirtió en el último extranjero en vestir de corto con el club, la filosofía ha vivido cambios, fiel a sus raíces, aunque con sus excepciones. Pese a todo, las directrices hoy en día parecen claras. “Jugadores nacidos o formados en clubes de las siete demarcaciones territoriales que conforman Euskal Herria”, se manifiesta en la página web oficial el Athletic. Sin embargo, hubo un tiempo en el que, con dicha restricción, se propuso la opción de realizar un referéndum entre los socios para aceptar la llegada de un venezolano con orígenes vascos. Fue el caso de Iker Zubizarreta, nieto de un exleón y goleador vinotinto que nunca llegaría a enfundarse la chamarra rojiblanca.
Su abuelo, Félix Zubizarreta, fue jugador del Athletic entre 1913 y 1917. Un delantero que, en tiempos de ‘Pichichi’, logró 27 goles en tan solo 29 encuentros, y que además fue el primer futbolista en anotar cinco goles en un partido. A pesar de esos números, la afición rojiblanca no le perdonaba una, por lo que estuvo en el punto de mira a lo largo de su trayectoria como león. Durante una visita del Real Madrid en la campa de San Mamés, el atacante, duramente abucheado por los suyos, decidió abandonar el terreno de juego en el que su último partido en el Athletic. También como futbolista, dejando el balón a un lado y centrándose en sus estudios. Nada más se supo de Félix hasta la Guerra Civil, cuando llegó a convertirse en jefe de la sección de alistamiento y reclutamiento del Gobierno Vasco. Por su cargo y su significación nacionalista, se vio obligado a exiliarse a Venezuela junto a su mujer y sus nueve hijos.

Entre ellos se encontraba Jon Zubizarreta, padre de un Iker que nacería en 1962 en la ciudad de la eterna primavera, más conocida como Caracas. Aquel niño arraigado a las raíces vascas de sus padres y su abuelo, al que nunca llegó a conocer (Félix falleció en 1949), también se interesó por el fútbol a temprana edad. Junto a Bernardo Añor, padre de Juapi Añor, exjugador de Málaga y Huesca, comenzó su trayectoria en el Colegio San Ignacio de Loyola. Futbolista prematuro, y es que en un entrenamiento de la selección vinotinto en las instalaciones del colegio, surgió el interés del entonces entrenador Manuel Plasencia, quien le acabó convocando para el preolímpico sudamericano de 1980. Iker tenía tan solo 17 años, pero se ganó un hueco como internacional de aquella Venezuela que lograría el cuarto puesto por delante de combinados como Brasil, Paraguay, Chile y Uruguay. Cuatro de los cinco goles anotados en el torneo llegaron con firma vasca, así como el interés en las prestaciones del joven delantero.
Ese mismo verano, Moscú se convertía en el epicentro del deporte. Los Juegos Olímpicos se celebrarían en la capital de la Unión Soviética inmersos en un clima de tensión internacional entre un mundo dividido en dos bloques. Sí, en plena Guerra Fría, donde dos potencias completamente opuestas se disputaban el control económico, político y militar del globo. Un hecho que propició el boicot por parte de Estados Unidos seis meses antes de encenderse la llama olímpica a causa de la invasión soviética en Afganistán y al que le siguieron varios de sus aliados. Entre ellos, Argentina y Perú secundaron el boicot, propiciando la clasificación de la selección de fútbol de Venezuela, que se había quedado fuera al quedar en la cuarta plaza del preolímpico. Una oportunidad única, y es que su participación en Moscú supondría la primera y hasta entonces última ocasión de la vinotinto en unas Olimpiadas.
Aquel adolescente fue convocado de nuevo por el equipo de Plasencia para convertirse en delantero referencia. Sin embargo, y tal y como lo relata en una entrevista para el periódico vasco Naiz, “en aquella época jugar en punta con la selección venezolana era como ser el llanero solitario, había que pelear pelotazos y pillar algún centro”. Precisamente ante la selección anfitriona el combinado vinotinto sufrió una goleada por 4-0 delante de 80 mil espectadores en el Estadio Central Lenin. No hubo opciones para los venezolanos, que se lo jugaban todo en el segundo partido frente a Cuba. Encuentro polémico y con protagonismo vasco, y es que el trencilla José Emilio Guruceta validó el gol de la victoria cubano en claro fuera de juego. El resultado fue de 2-1, e Iker Zubizarreta se apuntó un tanto en su casillero. Algo que repetiría ante Zambia en la última jornada y que permitió a Venezuela despedirse del torneo con un buen sabor de boca tras remontar en apenas cuatro minutos con dos tantos.

Durante el torneo, Ruperto Sagasti, exjugador del Dinamo de Kiev y el Spartak de Moscú y catedrático como docente en el Instituto de la Cultura Física de Moscú, no dudó en recomendar el fichaje del joven delantero a la entidad vizcaína. ¿Pero de dónde salía ese hombre? Pues bien, el también conocido como Rupertovich Sagasti, fue un niño de la guerra nacido en la localidad navarra de Cabredo y que con doce años se vio obligado a exiliarse rumbo a la Unión Soviética, donde tras haberse convertido en un futbolista reputado, presenció la actuación de Zubizarreta en aquellos Juegos Olímpicos. Nieto de vascos, la entidad vizcaína por entonces dirigida por Beti Duñabeitia quiso ponerse manos a la obra para retener ese talento. Y es que la prensa vasca empezó a informar sobre la posibilidad de su fichaje, por lo que pocos días después del adiós de Venezuela de las olimpiadas, Iker recibió una llamada de su padre alegando el interés del presidente rojiblanco para incorporarlo al filial bilbaíno.
Un movimiento que llegó a ponerse a debate, y es que, pese a sus orígenes, la filosofía no contemplaba fichajes como el de Zubizarreta. Durante esos días, en una asamblea ante 250 socios compromisarios, el presidente Duñabeitia anunció su intención de convocar un referéndum entre los 23.000 socios para hacer valido su fichaje. Una asamblea en la que también se anunciaba el fichaje de Ruperto Sagasti para el organigrama de Lezama y en la que gran parte de los compromisarios no dudaron en considerar a Zubizarreta como un vasco más, argumentando que sus lazos familiares y el pasado rojiblanco de su abuelo no dejaban lugar a dudas. Incluso la prensa venezolana consideraba aquel referéndum como algo prescindible. No obstante, y tal y como contaba “El Periódico de Catalunya”, la masa social no llegaría a ser nunca consultada. La Federación dejó clara su intención de inscribir al jugador ocupando una plaza de “extranjero”, propiciando que la operación quedase en nada.

Los caminos de Zubizarreta y el Athletic nunca llegaron a encontrarse. Mientras el chico iniciaba una nueva etapa en Estados Unidos a través de un intercambio estudiantil en Salt Lake City, estado de Utah, el cuadro rojiblanco todavía estaba por vivir uno de sus mejor momentos de su historia. Se avecinaban los años ochenta, una leyenda como José Ángel Iribar colgaba los guantes tras disputar 614 partidos vestido con su característico negro, el joven Javier Clemente se hacía cargo del banquillo en su primera experiencia como entrenador en la elite, y un grupo de jóvenes de Lezama irrumpía con fuerza en el primer equipo. Era el Athletic de Liceranzu, Endika, los hermanos Salinas, De la Fuente y dos porteros como Zubizarreta (nada que ver con la familia de Iker) y Cedrún. El embrión de un Athletic campeón de dos ligas (1983 y 1984) y la recordaba Copa del Rey ante el Barcelona en el Bernabéu.
Aquella plantilla nunca pudo contar con el venezolano Zubizarreta, pero sí lo hizo con jugadores que marcarían un antes y un después en el club. Delanteros de la talla de Sarabia, Julio Salinas, Dani y Endika que culminaron dos de los años más gloriosos del Athletic en un fútbol cada vez más moderno y cercano al monopolio de Real Madrid y Barcelona. Pero para Iker Zubizarreta aquel fútbol quedó muy lejano. Centrado en sus estudios y compaginándolo con el fútbol, pasó por la Universidad de Indiana donde se graduó en Administración de Empresas y logró obtener dos títulos de la NCAA como jugador y marcar casi 50 tantos. Años en los que se mantuvo como internacional con Venezuela, disputando partidos con las categorías inferiores e incluso convirtiéndose en capitán del equipo juvenil. Aun así, su etapa futbolística no fue fructífera, ya que, en su retorno a Venezuela, apenas pudo vivir como profesional.
Zubizarreta pudo ser excepción. Por aquel entonces pocos dudaban de la posibilidad de incorporarle, sin embargo, el destino le deparó un camino lejos de San Mamés, aunque nunca alejado por el amor a los colores rojiblancos. “En casa conservamos una comunicación de Beti Duñabeitia con mi aita, al que envió una foto del Athletic en 1980 en la que aparecían Iribar, De Andrés, Goiko o Sarabia en el equipo y el mensaje decía: Para Jon Zubizarreta, hijo de león y padre de cachorro. Fue un detalle muy bonito”, recordó en Naiz. Nadie sabe que hubiese sucedido. Podría haber sido una pieza más de aquel Athletic que haría historia, y que hoy, con más motivo que nunca, recordamos cuarenta años después.
Texto realizado gracias al artículos de Beñat Zarrabeitia en Naiz.