Por fin llegó. Después de tantas decepciones, fruto de finales perdidas, volvimos a llorar, sin embargo, esta vez fue de alegría. Resulta extraño decirlo, escribirlo, o incluso pensarlo, pero el Athletic Club, es campeón de la Copa del Rey.
Tantos años después, Bizkaia, y el mundo entero, volvió a cantar el ‘alirón’. Ese penalti convertido de Berenguer, hizo romper en llanto a propios y extraños. Lloró el niño, quién en su primera final, vio a su equipo campeón. El no tan niño, quien como tantos otros, hemos sufrido las duras derrotas de Valencia, Bucarest, Barcelona… y tantos otros partidos que nos partieron el corazón. Pero que, de una vez por todas, cumplimos nuestro deseo, de vivir el sueño que aitite nos contaba.
Lloró el padre, que llevaba 40 años esperando, y verá de nuevo la famosa Gabarra surcar la Ría de Nervión. Por último, lloró el abuelo, quién es responsable de inculcar este especial sentimiento en los corazones de toda la familia. Muchos entendieron por fin, que el Athletic es cuestión de familia, y que el fútbol, es totalmente secundario.
No es momento de valorar lo futbolístico del partido, pues si algo sabemos, es que este tipo de encuentros tienen una mística especial y se juegan más con el corazón que con las piernas. Y es que este triunfo empezó mucho más atrás. Es el triunfo de los hijos de la inmigración, aquellos cuyos padres saltaron la valla en busca de una vida mejor. El triunfo de aquel, que superó un cáncer, apoyado en todo momento por sus compañeros y por sus aficionados. Del que volvió, de los que no se fueron, de los que tantas veces perdieron y los que tanto perdieron por el camino. El triunfo de los que ya no están, de los que tantas veces lo intentaron y quedaron en el intento.
Y por encima de todos, triunfó el sueño de cualquier aficionado del Athletic. Las lágrimas de Sancet y Unai Gómez son las lágrimas de toda una generación, las lágrimas de todo un sentimiento. Ellos, aficionados como nosotros, tuvieron la oportunidad de luchar por nuestro sueño, pusimos nuestras esperanzas en estos 24 futbolistas, y ellos respondieron de la mejor manera posible.

También, debemos dar gracias al arquitecto de todo esto, el gran Ernesto Valverde. El verato, recoge el testigo de Javier Clemente, siendo campeón después de cuatro décadas. Quién mejor que él, ese que tantas veces nos hizo disfrutar. Que nos ilusionó con esa Supercopa en 2015, y que volvió, para llevarnos de nuevo a Europa, y hacernos campeones por vigesimoquinta vez.

Hace algo más de un año, tras la derrota frente a Osasuna en la semifinal de esta misma competición, decía darle gracias a mi padre y a mi abuelo por hacerme del Athletic. Hoy, se lo agradezco aún más. Y es que, como bien decía José Iragorri, no ser del Athletic es una oportunidad perdida.
Pues una vez más, el sábado en Sevilla, el Athletic dio una lección de vida, demostrándole al mundo una vez más, que somos diferentes. Así como, que no hay mejor forma de luchar por tus objetivos que con tus propios ideales.
Y por fin, el jueves, a su paso por Bilbao, una marea rojiblanca empujará con el corazón a una Gabarra, que surcará la Ría con todo un grupo campeón, cargado con una copa y la sensación de haber dado la vida, a la mejor afición del mundo.
