Aritz Aduriz, de tu mano por Europa

Por Javier Durán Sep 5, 2024

El otro día, cuando todos los ojos se volvían hacia Europa, hacia el futuro vibrante de esta temporada que nos aguarda, yo no pude evitar mirar hacia atrás. A veces, el corazón nos traiciona y nos arrastra al pasado, a esos momentos que nos marcan y que nos definen. Y aunque ayer debíamos pensar en lo que viene, en lo que está por venir, yo me quedé atrapado en lo que fue, en la nostalgia.

Volvemos a Europa después de siete largos años, y no puedo evitar recordar aquel Athletic de 2012 que conquistó Old Trafford. Aquel equipo que, sin Muniain, solo conserva a Ander y Óscar como testigos de esa gran gesta. Pero ayer, antes siquiera de que comenzara el sorteo de la Europa League, la nostalgia me inundó. No solo por el regreso a Europa, sino por la figura que apareció, esa leyenda que dejó muchos huérfanos entre los athleticzales, Aritz Aduriz.

Ahí estaba, con la elegancia de siempre, de padrino en un campeonato que un día lo consagró y que hizo que toda Europa, al igual que nosotros, se rindiera a sus pies. El máximo goleador de la Europa League en 2016 a sus 35 años. No con botas y camiseta, sino con traje, pero aún así, demostrando al mundo su inquebrantable amor por el Athletic y con esa humildad que siempre lo acompañó, decía: “Es difícil elegir un momento especial, porque todos lo eran. Jugaba en el equipo en el que quería estar, y todos los momentos fueron muy especiales para mí”.

Pero hoy, permítanme la licencia de escoger uno de esos momentos, aquel que, tras 407 partidos y 172 goles como zurigorri, fue el último…

Era un viernes 16 de agosto de 2019, a las 21:00 horas, primer partido de la temporada contra el FC Barcelona. Llegaba el final del verano y para el Athletic, el inicio de una nueva campaña. Muchos con solo esto ya sabréis de lo que voy a hablar, y es que es uno de esos momentos de los que se suele decir que todos recordamos dónde estábamos. O yo por lo menos sí, en mi primer partido en el nuevo San Mamés, nervioso y con una alegría inmensa me encontraba en el córner norte de la tribuna principal, y aunque del partido recuerdo poco, esa jugada se grabó en mi memoria para siempre.

Minuto 88. La pelota sale del pie de Capa hacia el área, un balón que parecía no ir a nadie. Y de repente, allí estaba él, la leyenda, volando en una chilena imposible a sus 38 años. Él caía y el esférico entraba, ¡GOL! ¡BACALAO!, el estadio implosionó, y él corrió con brazos abiertos hacia el córner para celebrarlo…

En ese córner estaba yo y me lo tomé como algo personal. Jamás había vivido nada tan cercano ni sentido algo tan profundo con el Athletic, nada con el que un niño de Sevilla de 15 años pudiera conectar de verdad, y fue en ese instante mientras Aduriz con brazos abiertos miraba hacia donde estaba cuando lo supe y parafraseando a Iker Ruiz puedo decir:

“Me enamoré del Athletic por dos cosas: por la pasión que me transmitió mi padre y por la chilena de Aritz Aduriz.
En 2019, Aduriz se convirtió en el único futbolista capaz de congelar el tiempo.
San Mamés, más que un estadio, se transformó en un museo que desde entonces alberga una de las obras más bellas de la historia del fútbol.
Aquel gol… ese gol fue el que me enseñó a soñar, el que supo abrir mi corazón para que, desde entonces, el Athletic anidara en él.
Porque fue esa simple chilena la que me hizo amar al club más único del mundo”.

Hoy, por cosas del destino, me encuentro en Barcelona, a días de tomar un vuelo hacia Italia. Y ayer, cuando en el sorteo apareció Aduriz y nos tocó la Roma, todo encajó, como si el destino hubiera hilado cada detalle. Por eso, espero que comprendan que no podía dejar pasar la oportunidad de escribir esta columna. Porque, de la mano de Aduriz, volvemos a Europa.

Imágenes de Getty Images.

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